martes, 7 de junio de 2011

Iñaki Vega


“¿Quieres ser feliz por un instante? ¡Véngate! ¿Quieres ser feliz para siempre? ¡Perdona!”

¡Cuán difícil nos resulta a veces perdonar! Cuanto más involucrado en una situación se siente nuestro ego, más nos cuesta separarnos de la emoción que sentimos, que nos duele, que nos hiere, porque es nuestra emoción y por ende, nuestra carencia de respuesta útil, -no el estímulo recibido- lo que nos hace daño, y cuando nos sentimos heridos de una u otra forma, somos incapaces de pensar, de razonar, de decidir qué es lo mejor o más conveniente para nosotros.

Porque las emociones nos impiden pensar, y menos aún si son de índole negativa. Y si pensamos algo, desde luego, no es más que un compendio de variables sobre cuál será la mejor y más ladina venganza. Sobre cómo devolver y, si es posible, multiplicado, el sentimiento de rabia, impotencia, sorpresa inesperada, revés a nuestras expectativas, decepción, frustración, dentro de un patético abanico de sentimientos encontrados, todos de un mismo tipo de energía: tensión visceral negativa.

La tensión emocional que sentimos y que desearíamos descargar sobre el/la causante del estímulo que nos ha sido lanzado y ante el cual carecemos de respuesta eficaz, no nos permite subir a nuestro neocórtex para analizar y decidir, algo más fríamente, qué respuesta nos interesa devolver en el eterno juego de tenis de “estímulo à respuesta.”

Y ahí estamos, víctimas de nosotros mismos, alimentando y retroalimentándonos con toda esa amalgama de emociones negativas, que físicamente se traducen en bilis, que nuestro hígado tratará de digerir sin perecer en el intento. Si a lo largo de nuestra vida somos proclives a dejarnos arrastrar por emociones negativas, y sobre todo, si no somos capaces de “limpiarlas”, es decir, contrarrestarlas para que no nos afecten, no nos extrañe acabar con enfermedades hepáticas y biliares, de mayor o menor gravedad, incluidas las cirrosis de hígado, cáncer, etc.

Si, así es, porque esa bilis se nos queda dentro, no sale –a no ser que sepamos cómo hacerlo- y a donde va a parar es a nuestro cuerpo, no al de la otra persona/situación proveedora del estímulo ante el cual carecimos de respuesta idónea en su momento.

Porque, amigos y amigas, por si alguien todavía no lo sabe, me veo en la obligación de decíroslo: la respuesta ante los estímulos depende única y exclusivamente de una persona: TÚ. Si no sabes, puedes aprender. Nada más fácil. Llevo más de 20 años enseñándolo. Ese es el primer y más útil recurso.

Otro recurso es perdonar. ¡Qué fácil resulta, ¿verdad? Cuando se te están llevando tus demonios internos y harías cualquier cosa por devolver todo el mal que “te han hecho” (rol de víctima), vengo yo a decirte que perdones. Pues sí. Así es.

Iñaki vega

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