sábado, 10 de septiembre de 2011

humberto maturana

Lo que no sabemos como parte de nuestro vivir. Lo que no hemos incorporado a la vida cotidiana no lo sabemos, y si hablamos de ello, hacemos literatura. El saber cotidiano requiere instrumentos de acción, y si no vivimos en nuestro quehacer la presencia del mundo natural como parte de la estética de nuestra mirada o como parte del acto que lo acoge porque vivimos en la pobreza experiencial de una plaza de cemento o una ciudad polucionada, o en la miseria del esfuerzo agotador de ganarse la vida, o en el aburrimiento y pérdida de dignidad porque lo que hacemos no tiene sentido vital o no tenemos un quehacer que lo tenga, no sabemos del mundo natural y este es sólo literatura... y a veces mala literatura, porque no tendremos acciones que lo constituyan.

En nuestra cultura patriarcal vivimos centrados en las expectativas y las apariencias. Valoramos una relación por sus consecuencias. Queremos que el otro sea de una cierta manera que satisfaga nuestros deseos. En ese proceso no le permitimos al otro ser sí mismo y le exigimos continuamente la autonegación para satisfacer nuestras aspiraciones. Así no hay armonía posible, no hay respeto por la legitimidad del otro ni confianza en ella. Pero si no confiamos en el otro tampoco confiamos en nosotros mismos, y somos hacia nosotros como hacia el otro: nos exigimos a satisfacer una apariencia y el otro jamás tiene la oportunidad de vernos y menos de aceptarnos en nuestra legitimidad. La confianza es el fundamento de la convivencia social, cualquiera que sea el ámbito y la multidimensionalidad de ella. De hecho, no hay substituto para la confianza en las relaciones humanas, y sin confianza no hay fenómeno social.





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