sábado, 1 de octubre de 2011

blai dalmau

El sistema en que vivimos fue gestado aproximadamente hacia el siglo XV. La interacción de diversos factores indisociables tales como la expansión del comercio mundial, la colonización de América y el surgimiento de la burguesía contribuyeron a que se formaran nuevas ideas, nuevas instituciones y una nueva fuerza rectora, la economía de mercado, que gradualmente quebrantaron los moldes del antiguo régimen y reorganizaron la sociedad con nuevos paradigmas. Los gremios, las castas, el poder aristocrático y el imaginario religioso entraron en disolución y quedaron obsoletos a medida que emergieron los elementos constitutivos del sistema capitalista. Podemos fechar hacia mediados del siglo XVIII el advenimiento definitivo de este sistema, con la revolución industrial en Inglaterra, la revolución francesa, los federalistas americanos que fundaron las bases de la democracia representativa…


La sociedad comenzó así una gran transformación que consistió básicamente en la separación de política, economía y sociedad civil: “un mercado autorregulado requiere nada menos que la separación institucional de la sociedad en una esfera económica y una política”. La institución de la economía de mercado adquirió paulatinamente un poder omnipresente, un carácter autónomo y autorregulado, con sus dinámicas propias: mercantilización del trabajo, la tierra y de todo aquello susceptible de ser trasformado en mercancía; acumulación de capital y concentración progresiva de poder en pocas manos, etc. Simultáneamente surgió la clase obrera, formada por antiguos artesanos y campesinos, ahora desposeídos de los medios de producción básicos para procurar su subsistencia independiente, y por ello, obligados a vender su fuerza de trabajo en el incipiente mercado manufacturero. Aparecen también los sindicatos, las leyes proteccionistas y de seguridad social, como contraparte y como lucha para imponer límites a las crecientes fuerzas -a menudo dislocadoras y devastadoras- de la economía de mercado:


“La dinámica de la sociedad moderna estuvo gobernada durante un siglo por un movimiento doble: el mercado se expandía de continuo, pero este movimiento se vio contrarestado por otro que frenó la expansión en direcciones definidas. Tal movimiento contrario era vital para la protección de la sociedad, pero en última instancia resultaba incompatible con la autorregulación del mercado, y por ende con el propio sistema de mercado”


Además, este nuevo sistema se caracterizó enseguida por una nueva visión de la naturaleza. Tal como observa Heidegger, en la modernidad, por primera vez el ser humano empieza a contemplar su entorno como un almacén de recursos disponibles para su uso. Los filósofos de la ilustración estaban orgullosos de que la sociedad naciente dominase, transformase y explotase la naturaleza según las finalidades del crecimiento económico y del desarrollo técnico e industrial. Este fue un punto esencial del nuevo imaginario que acompañaba a la nueva sociedad capitalista, una sociedad y un imaginario que dura hasta nuestros días.


La economía del crecimiento

Uno de los rasgos esenciales del sistema capitalista es la necesidad del crecimiento económico: dentro del desarrollo normal y “saludable” de la economía de mercado, la producción y el consumo se expanden cada año. Deben expandirse. De lo contrario, la sociedad entra en una crisis que desata graves problemas económicos y sociales. Así pues, la economía de mercado tiene una dinámica que podemos denominar de “crecer-o-morir”. Todas las empresas tienen como objetivo prioritario aumentar las ganancias y todos los gobiernos qua administran el sistema procuran acrecentar el PIB cada año. Así, vemos como el crecimiento económico exponencial ha sido la norma en los últimos dos siglos, salvo en excepcionales periodos de crisis. Vemos también como el crecimiento constituye un motivo principal del imaginario dominante:


“Toda la humanidad comulga en la misma creencia. Los ricos la celebran, los pobres aspiran a ella. Un solo dios, el Progreso, un solo dogma, la economía política, un solo edén, la opulencia, un solo rito, el consumo, una sola plegaria: Nuestro crecimiento que estas en los cielos… En todos lados, la religión del exceso reverencia los mismos santos -desarrollo, tecnología, mercancía, velocidad, frenesí-, persigue los mismos heréticos -los que están fuera de la lógica del rendimiento y del productivismo-, dispensa una misma moral -tener, nunca suficiente, abusar, nunca demasiado, tirar, sin moderación, luego volver a empezar, otra vez y siempre. Un espectro puebla sus noches: la depresión del consumo. Una pesadilla le obsesiona: los sobresaltos del producto interior bruto.”



Sin embargo, esta necesidad del crecimiento por el crecimiento, lejos de ser una panacea de abundancia y felicidad, conlleva notorios efectos adversos: engendra una buena cantidad de desigualdades e injusticias; crea un bienestar considerablemente ilusorio; no suscita ni para los propios “pudientes” una sociedad convivencial, sino una sociedad enferma de su riqueza; destruye y degrada la naturaleza de forma devastadora, hasta el punto de que amenaza la misma supervivencia humana a medio plazo. Obviamente, el crecimiento se motiva mediante la acumulación de capital y la beligerancia comercial generalizada, la cual cosa crea un clima de hostilidad y separación de intereses, y una alienación de la gran masa de la población respecto a la esfera pública, a favor de una elite cada vez más reducida y poderosa. Esto comporta innumerables y crecientes problemáticas sociales, psicológicas, culturales, etc. Como señala Serge Latouche:


“El desarrollo económico, lejos de ser el remedio a los problemas sociales y ecológicos que desgarran el planeta, es el origen del mal. Debe ser analizado y denunciado como tal. Incluso la reproducción duradera de nuestro sistema depredador no es ya posible.”


Cabe añadir que aunque quisiéramos, no podríamos pretender que la expansión de la producción y el consumo que hemos vivido en los últimos dos siglos se mantenga infinitamente. Los recursos naturales en que se basa el crecimiento económico son finitos. Por ello, no hay que ser visionario para entender que tarde o temprano la finitud del planeta limitara el crecimiento cada vez más acelerado que requiere la economía de mercado. Cuando esto suceda, la economía de mercado entrará en una profunda crisis, pues no es un sistema preparado para asimilar positivamente el descrecimiento. Como veremos a continuación, este punto está muy próximo. La economía del crecimiento por el crecimiento no solo es indeseable, sino que, a principios del nuevo milenio, empieza a ser imposible.


El fin del crecimiento

Como es sabido, el petróleo es la energía que sustenta el mundo contemporáneo: el transporte, la producción y circulación de mercancías dependen casi totalmente de esta materia prima. Cada yacimiento de petróleo explotado, en determinado momento, llega a su cenit, es decir, el momento en que no se puede continuar extrayendo más cantidad de crudo como se viene haciendo, sino que la capacidad de extracción empieza a declinar. Así, llega un punto en que se alcanza el cenit de la producción mundial de petróleo. Este momento esta previsto desde los años 50 que será alrededor del 2010. Según los datos, en efecto, desde 2005 se ha alcanzado una parada de la extracción, que ya no aumenta, sino que se mantiene más o menos constante. Por ello, centenares de científicos y miles de ciudadanos de todo el mundo, advierten que hemos entrado en la antesala de una crisis de gran magnitud, provocada por el choque entre la necesidad de crecimiento del sistema y la realidad geológica, que pone limites a este crecimiento:


“En conjunto no hay un sustituto para el petróleo debido a su alta densidad energética, la facilidad de su manejo, la multiplicidad de sus usos y los volúmenes en que ahora lo usamos. El pico de la producción mundial de petróleo, con el consiguiente e irreversible declive, será un punto de inflexión en la historia de la Tierra cuyo impacto mundial sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora. Y es seguro que ese acontecimiento tendrá lugar durante la vida de la mayoría de las personas que viven hoy.”


El decrecimiento es una necesidad absoluta en nuestra época, impuesta por los límites planetarios, por el agotamiento de los recursos (sobretodo del petróleo, pero también, un poco después, del gas, el carbón, el uranio y otros minerales). Si estuviéramos en otro tipo de sociedad decrecer no tendría porque suponer un problema, pero dentro de los marcos de la economía de mercado, decrecer equivale a entrar en depresión económica, e incluso, posiblemente, como argumentan muchos comentaristas, llegar al colapso sistémico. En cualquier caso, hay que tener presente que la crisis producida por el cenit del petróleo no es temporal como lo han sido otras, sino que es un punto de inflexión, un cambio de época: marca la entrada a la era del decrecimiento.


“El pico del oro negro afectará de lleno al crecimiento económico, iniciándose como dice Heinberg (2007) una profunda recesión sin fondo y sin fin. Un siglo de decrecimiento económico global está a punto de empezar. Es decir, el decrecimiento del flujo energético global será un verdadero torpedo en la línea de la flotación del actual capitalismo globalizado, basado en la necesidad de crecimiento y acumulación constante. La Naturaleza, y más en concreto su geología, pondrá finalmente límite a este loco crecimiento “sin fin”, y se iniciará la Era del Decrecimiento. Y esto ocurrirá muy pronto, quizás antes de 2010, o en torno a esa fecha.”


Dado que el sistema capitalista y la economía de mercado no están preparados para decrecer serena y virtuosamente, tarde o temprano, en el transcurso de la gran crisis sistémica que estamos comenzando, será preciso iniciar profundos cambios individuales, colectivos y políticos. Estos cambios implican una salida de las inercias y las dinámicas del régimen capitalista. Presumiblemente, la estructura de este sistema se disolverá y entrara en obsolescencia a medida que se manifieste su incompatibilidad con la nueva era del decrecimiento. Este proceso debería ir aparejado del florecimiento de los elementos constitutivos de una nueva sociedad, que a su vez, contribuirán a acelerar el agonizante proceso de disolución del anterior sistema. Así pues, los seres humanos debemos empezar a encontrar e instituir una nueva forma de organización social, acorde a la nueva era del decrecimiento. Tal como declaraba recientemente un analista del mundo contemporáneo:


“Podemos aseverar con confianza que el presente sistema no sobrevivirá. Lo que no podemos predecir es cuál nuevo orden será el elegido para reempezarlo, porque este será el resultado de una infinidad de presiones individuales. Pero tarde o temprano, un nuevo sistema se instalará. No será un sistema capitalista pero puede ser algo mucho peor (aún más polarizado y jerárquico) o algo mucho mejor (relativamente democrático y relativamente igualitario) que dicho sistema. Decidir un nuevo sistema es la lucha política mundial más importante de nuestros tiempos”


Tiempos revueltos

La depresión global del sistema capitalista esta ya en marcha. Rozando el cenit del petróleo, empezamos a notar los estragos de la crisis del crecimiento: mayor desigualdad, precariedad, desempleo, recortes en prestaciones sociales, malestar… Como dice una frase ya bastante conocida, “no hay nada peor que el decrecimiento en una sociedad de crecimiento”. Por ello, a medida que se agudice la crisis probablemente emerja una oleada de movilizaciones, huelgas y revueltas (las recientes revueltas en Grecia y las movilizaciones de trabajadores despedidos pueden ser solo el principio).


Pero en este periodo histórico que inauguramos, será preciso, tarde o temprano, pasar de la protesta al contrapoder, de la reivindicación a la auto-institución, de la crítica al criterio de construcción. Una nueva sociedad, genuinamente liberada de la necesidad del crecimiento, deberá florecer para superar el estadio de crisis. A medida que la inteligencia colectiva comprenda que ya no hay nada que reivindicar a un sistema obsoleto, cuyas dinámicas son incapaces de satisfacer la necesidad de un decrecimiento virtuoso y armónico, se deberá suscitar una transición hacia nuevos modelos sociales.


¿Turno para la verdadera democracia?

La modernidad se ha caracterizado por el desarrollo del capitalismo, pero también por los ideales de libertad, igualdad, fraternidad, democracia y racionalidad, proclamados durante la revolución francesa y aún presentes en el imaginario colectivo -ya sea de forma subyacente o de forma explicita. Así, a diferencia de otras épocas, el valor democrático goza hoy de una aprobación casi universal. Sin embargo, la economía de mercado conlleva una concentración progresiva del poder y riqueza en pocas manos, lo cual es una dinámica muy poco compatible con la verdadera democracia. Así, la economía del crecimiento/mercado ha preponderado y pasado por encima del valor de la democracia, y esta última ha quedado relegada a un segundo plano, como un ideal frustrado de nuestra época, al que, sin embargo, se recurre para calificar y justificar al sistema establecido.


Pero el desdén popular por la actual “democracia” es precisamente el reflejo de su crisis y su fundamentado descrédito. Lejos de establecer el “poder del pueblo”, el régimen actual otorga a la ciudadanía una influencia muy reducida en las decisiones, y en todo caso, sobre detalles irrisorios, dado que el consenso neoliberal de todos los partidos hace que las cuestiones fundamentales permanezcan intocables, y dado que en última instancia, no son los gobiernos quien controla la economía, sino la economía, dominada por los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales y financieras, quien dicta las normas imperativas que los estados apoyan y promueven.


Sin embargo, en el transcurso de la crisis sistémica, ante la necesidad de instituir nuevos modelos sociales, es lógico pensar que el verdadero significado de la democracia aparezca de nuevo en escena, buscando su realización. La previsible disolución y crisis del sistema actualmente vigente es posible que, como ocurrió en la crisis Argentina del 2001, desencadene un proceso de revueltas y de organización de nuevas estructuras económicas, políticas y sociales. Tal como se vio en la crisis argentina, es muy probable que las revueltas populares para hacer frente a la crisis se organicen de forma democrática, mediante asambleas y cooperativas. Sin embargo, pasar de la revuelta espontánea a la institución de una nueva sociedad requiere de un plan o proyecto que abarque los elementos que surgen de los movimientos sociales transformadores y los conduzca hacia una nueva forma de organización social.


El proyecto de la Democracia Inclusiva, desarrollado principalmente por Takis Fotopoulus, surge de esta necesidad y deseo de tomarse al valor democrático en serio, y puede dar respuesta a las necesidades de reorganización social que se abren en la época de crisis que inauguramos. Según pienso, es una propuesta sólida, factible y consistente de sociedad alternativa al capitalismo, que no solo resuelve el problema del crecimiento, sino que supera las problemáticas o crisis propias del capitalismo, instituyendo una forma de sociedad más justa, racional, libre y fraternal.


La verdadera democracia, tal como su nombre indica, es un régimen en que el pueblo controla efectivamente sus condiciones de vida colectiva; una forma de organización social en que el poder está igualmente repartido entre los ciudadanos, que deliberan y deciden colectivamente, sin la inferencia de ningún poder externo, mediante mecanismos auto-instituidos. . El proyecto de la Democracia Inclusiva ofrece un paradigma organizativo que puede llegar a ser una verdadera realización de la democracia. Según pienso, no se trata de una utopía, sino quizás, de la única verdadera salida de la crisis contemporánea.
http://vimeo.com/23561318

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